VII Premio Antonio Machado, categoría B, primer premio

 

Categoría B- Primer premio

ANDREA ARANCÓN FERNÁNDEZ (2º BAHC-Grupo E)

 

RAMAS SECAS

 

El crujir de la hojarasca bajo mis pies sonaba a cruel insulto. Veinte años ha, un  sonido como aquel tenía un claro significado: un intruso se adentraba en la fortaleza de sueños y rocas a medio derruir en la que se reunían cinco mocosos sin conocimiento alguno del mundo más allá de las fronteras de su reino de musgo y madera podrida.

 

Las reacciones al invasor eran muy diferentes, de acuerdo al niño. La pequeñísima Clara se escondía tras las piernas de su hermano Salva, quien no perdía oportunidad para reforzar su autoridad como rey de la cabaña; Gabriel (así se le llamaba dentro de los confines del remo, aunque de cara al poblado de los adultos tenía otro nombre. Uno que no se mentaba en la cabaña, igual que estaba prohibida la mención de los vestidos que su familia le obligaba a ponerse para acudir a la iglesia) tomaba posesión de un palo, piedra o de su fiel honda, y se disponía a abatir al enemigo; Magda chillaba, como de costumbre, y yo pensaba en lo peor. En mi mente, el intruso nunca era un padre clamando la hora de cenar, sino un asesino, ladrón o espía. Siempre quedaba decepcionado cuando resultábamos salir con vida.

 

Fue aquella misma imaginación -¡maldita esperanza!- Ia que me obligó a sorprenderme al no oír risas a la entrada de la casita. Casita que comenzaba a perder su techo y hacía tiempo que se había quedado sin puerta. Las risas ya no se oían mucho antes de cruzar el umbral; el dolor en mi pecho decía que tampoco se escucharían una vez dentro. Ladrones, todos y cada uno de ellos; Barcelona, Madrid, Zaragoza y sus interminables edificios acristalados habían robado las risas a la cabaña.

 

Aquella cabaña, que siempre había parecido tan extrañamente hostil hacia sus inquilinos (o conquistadores), que parecía resentir cada reparación de tejado, ventanas y escaleras, había sido domada por los cinco niños y, como todo animal enjaulado, anhelaba su liberación. Liberación que llegó más de una década después

 

Y hoy, por fin podía descansar en el silencio del bosque, por mucho que esa quietud me doliese. Aquella cabaña, una vez reino, y nunca falta de ofensas contra los extranjeros, me recibió. No con los brazos abiertos, ni con la calidez del refugio, sino con un golpe en la cabeza con el otrora descomunal pórtico.

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